El origen exacto del jabón es desconocido, y a día de hoy existen diferentes interpretaciones sobre ello. Algunas referencias sitúan el origen en Babilonia en el 2800 a. de C., en Egipto en el 1500 a. de C. o en Fenicia en el 600 a. de C. (Ditchfield, 2012). Otros estudios directamente creen que situar el origen exacto es prácticamente imposible (Gibbs, 1939; Hunt, 1999). Lo que sí se sabe en la actualidad es que el conocimiento sobre el carácter limpiador de las cenizas de las plantas era conocido desde tiempos remotos. Además, se conocen numerosos detalles relevantes sobre el desarrollo de un producto tan esencial como el jabón.
Por ejemplo, el origen del jabón parece haber estado vinculado al aprovechamiento de materias primas resultantes de otros procesos. El jabón en su estado rudimentario surge de la combinación de grasa animal con la ceniza. Una mezcla que pudo producirse, por ejemplo, de los mataderos. La combinación de ambas materias producía un proceso conocido como la saponificación sobre el que se fue aprendiendo numerosos detalles a lo largo de la historia merced a los avances científicos.
Además, se conoce que el jabón se empleó primero para lavar tejidos y ropa y que más tarde se fue incorporando para la higiene personal. También conocemos que Galeano, un médico griego de alrededor del 130-200 d. de C. y que alcanzó fama en el imperio romano, hablaba del valor del jabón para la limpieza del cuerpo para evitar enfermedades. A partir del siglo IX se sabe que la producción de jabón emerge y se desarrolla en centros como Marsella (Francia) y Savona (Italia) con un tipo de jabón que supuso un salto de calidad al incorporar en los procesos de producción el aceite de oliva, a través de un proceso de cocción muy lento (Wilson, 1954; Hunt, 1999). No mucho después se creó en España el jabón de Castilla, que destacó por la calidad de su barrilla, es decir, por las cenizas del almajo que se utilizaron como álcali (Eslava Galán, 2016).
La historia del jabón está repleta de curiosidades que, vistas desde la actualidad, pueden resultar impactantes. Por ejemplo, John Hunt relata que en sus orígenes el jabón no tenía nada que ver con el actual ya que no era bonito ni tampoco olía siempre bien (Hunt, 1999). Además, su expansión fue muy lenta. Lucock Wilson narra como, a pesar de la progresiva mejora en los procesos de producción, en un siglo como el XVI, seguía siendo un producto de lujo y que incluso
“la reina Isabel I (de Inglaterra) se daba únicamente un baño al mes” (Wilson, 1954, 6). Aunque más extraño fue incluso que
Luis XIV (1643-1715) se bañara al pensar que con este acto transmitía enfermedades.
El apogeo del jabón se produjo a finales del siglo XIX y la primera mitad del XX y vino acompañado de un cambio en la concepción de la higiene (Ward, 2019; Wilson, 1954). Hasta el 1847 no se supo, gracias al médico húngaro
Ignaz Semmelweis, que el
lavado de las manos por parte de los médicos que atendían los partos suponía un acto que salvaba vidas al reducir la tasa de mortandad en el área de maternidad. Una evidencia que fue rechazada por parte de los colegas del médico y que no fue validada hasta que en las décadas siguientes el químico Louis Pasteur presentase los descubrimientos sobre los gérmenes.
Además, el motivo principal de dicho apogeo se vincula al desarrollo de grandes avances en el campo de la química. La ciencia avanzó en el conocimiento sobre los procesos químicos que acompañaban a la saponificación y las causas detrás de las reacciones producidas como fruto de la combinación entre grasas y cenizas. Uno de los descubrimientos clave fue llevado a cabo por Nicolas Leblanc, quien desarrolló un nuevo tipo de álcali, procedente de la sal, que permitió no extraerlo de la madera, constituyendo un significativo avance para evitar la deforestación (Gibbs, 1939, 178-179). El desarrollo de la sosa iniciado por Leblanc fue más tarde mejorado por el químico belga Ernest Solvay (Ditchfield, 2012). En el siglo XIX se produjeron otra serie de avances que constituirán la base sobre la que se desarrolló la técnica de fabricación moderna (Gibbs, 1939). En este periodo, se aplicó la energía mecánica y el vapor, que permitió aumentar muy significativamente la producción. Otro avance científico clave fueron los estudios del químico Eugene Cheureul, quien permitió descubrir detalles sobre el proceso de la saponificación al observar la presencia de lo que denominó glicerina (Ditchfield, 2012). A raíz de estos descubrimientos, el desarrollo productivo fue inmenso y con ello la generalización del uso del jabón a amplias capas de la población hasta los niveles que hoy conocemos (Wilson, 1954).
De esta forma, las combinaciones para producir la saponificación fueron ampliándose y mejorándose a lo largo de la historia. La ceniza fue sustituida por sustancias alcalinas como la sosa, la potasa y los carbonatos principalmente, mientras que las grasas animales se han sustituido actualmente por aceites vegetales (coco, oliva, girasol, palma…). En el siglo XX se siguieron produciendo importantes avances técnicos que tendrán una enorme influencia sobre múltiples productores de jabón y permitieron desarrollar una producción de carácter más ecológico.
Nota
“El libro recoge los momentos más importantes de la historia del jabón en España a través de esta pequeña empresa familiar. Un recorrido de 100 años en el que cada década muestra un desafío, una adaptación al cambio y una unión familiar hasta alcanzar un hito reservado a pocas iniciativas empresariales: cumplir el centenario.” Editorial Dikynson.
Referencias
Ditchfield, Christin (2012). The Story Behind Soap. Oxford: Raintree.
Eslava Galán, Juan (2016). Viaje por el Guadalquivir y su historia. Madrid: La Esfera.
Gibbs, Francis W. (1939). The history of the manufacture of soap. Annals of Science, 4(2), 169-190.
Hunt, John A. (1999). A short history of soap. Pharmaceutical Journal, 263(7076), 985-989.
Ward, Peter (2019). The Clean Body: A Modern History. Montreal: McGill-Queen's University Press
Wilson, Richard Lucock (1954). Soap Through the Ages. London: Unilever Limited.